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El valor de enseñar a los niños a decir «gracias», «por favor» o «buenos días»

Valeria Sabater

Transmitir a los niños la importancia de dar las gracias, de «pedir por favor» o de decir «buenos días» o «buenas tardes», va más allá de un simple acto de cortesía. Estamos invirtiendo en emociones, en valores sociales, y ante todo, en reciprocidad.

Para crear una sociedad basada en el respeto mutuo, en la que el civismo y la consideración marquen la diferencia, es necesario invertir en esas pequeñas costumbres sociales, a las que a veces, no prestamos la importancia que merecen. Porque la convivencia se basa al fin y al cabo en la armonía, en esas interacciones de calidad basadas en la tolerancia donde todo niño debería iniciarse desde una edad temprana.

Soy de la generación del gracias, del por favor y del buenos días, de la misma que no duda en decir un «lo siento» cuando es necesario. Cualidades todas ellas que no dudo en transmitir en mis hijos, porque educar en respeto es educar con amor.

Un error en el que suelen caer muchas familias es en iniciar a los niños en estas normas de cortesía cuando los más pequeños empiezan a hablar. Ahora bien, es interesante saber que el «cerebro social» de un bebé es tremendamente receptivo a cualquier estímulo, al tono de voz e incluso a las expresiones faciales de su padre y su madre.

Lo creamos o no, podemos educar a un niño en valores desde edades muy tempranas. Sus aptitudes son casi insospechadas y hemos de aprovechar esa gran sensibilidad en materia emocional. Te hablamos de ello.

Dar las gracias, un arma de poder en el cerebro infantil

Los neurocientíficos nos recuerdan que el sistema neuronal  de un niño está programado genéticamente para «conectarse» con los demás. Es algo mágico e intenso. Incluso las actividades más rutinarias como alimentarlos, bañarlos o vestirles se convierten en improntas cerebrales que prefiguran en un sentido u otro la respuesta emocional que tendrá ese niño en el futuro.

El diseño de nuestros cerebros, por así decirlo, nos hace sentirnos inexorablemente atraídos a su vez por otros cerebros, por las interacciones de todos aquellos que están a nuestro alrededor. Así pues, un niño que es tratado con respeto y que desde una edad temprana se ha acostumbrado a escuchar la palabra «gracias», entenderá rápidamente que está ante un refuerzo positivo de gran poder y, que sin duda, irá desentrañando poco a poco.

 

Es muy probable que un niño de 3 años al que su padre y su madre han enseñado a decir gracias, por favor o buenos días, no comprenda muy bien aún el valor de la reciprocidad y del respeto que impregnan estas palabras. No obstante, todo ello crea un adecuado y maravilloso sustrato para que después las raíces fuertes y profundas.

Al fin y al cabo, la edad mágica comprendida entre los 2 y los 7 años, es la que Piaget denominaba como «estadio de inteligencia intuitiva». Es aquí donde los pequeños, a pesar de estar supeditados al mundo del adulto, van a ir despertándose progresivamente al sentido del respeto, a intuir ese universo que va más allá de las propias necesidades para descubrir la empatía, el sentido de la justicia y por supuesto, la reciprocidad.

La reciprocidad, un valor social de peso

Cuando un niño descubre por fin lo que sucede en sus contextos más próximos cuando pide las cosas por favor y las concluye con un gracias, ya nada va a ser igual. Hasta el momento, lo llevaba a cabo como una norma prosocial pautada por los adultos, algo que le confería refuerzos positivos por su buen comportamiento.

 

No obstante, tarde o temprano experimentará el auténtico efecto de tratar con respeto a un igual, y cómo esa acción revierte a su vez en él o en ella misma. Es algo excepcional, una conducta que le habrá de acompañar para siempre, porque tratar con respeto a los demás es también respetarse a uno mismo, es actuar de acuerdo a unos valores y un sentido de convivencia basado en un pilar social y emocional de peso: la reciprocidad.

Será sobre los 7 años cuando nuestros hijos descubran plenamente todos estos valores que conforman su inteligencia social. Es ese instante en que empiezan a dar más importancia a la amistad, a saber lo que implica esa responsabilidad afectiva, a entender y disfrutar de la colaboración, atendiendo necesidades ajenas e intereses diferentes a los propios.

 

Es sin duda una edad maravillosa donde todo adulto debe tener muy presente un aspecto esencial: debemos seguir siendo el mejor ejemplo para nuestros hijos. Ahora bien, la pregunta mágica es la siguiente… ¿De qué manera vamos inculcando en nuestros hijos desde edades tempranas esas normas de convivencia, de respeto y de cortesía?

Te ofrecemos unas sencillas estrategias para que las tengas en cuenta, son indicaciones básicas que señalar a los niños en cada situación. Vale la pena tenerlo en cuenta.

Normas sencillas que, sin lugar a dudas, le serán de gran ayuda en el día a día.

Fuente: lamenteesmaravillosa.com

 

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