“El objetivo de la clase de hoy es relacionar los números decimales con la vida diaria, trabajando en equipo”, dice el profesor y director Ruperto Pizarro Leyton antes de iniciar la clase con un grupo de quinto básico. Son las 10:30 a. m., y en el comedor de la Escuela Edmundo Vidal Cárdenas -un establecimiento ubicado en Valle del Elqui, al norte de Chile- más de 20 niños vestidos de chef, algunos con gorros de papel hechos por ellos mismos, escriben el objetivo antes de meter las manos a la masa.

Hay varias mesas con grupos de tres o cuatro personas; empiezan a mezclar agua, harina de trigo, sal y margarina. Uno se dedica a ver la medida exacta de agua, otro a calcular cuánto necesitan de margarina o sal y otro a ir echando la cantidad exacta de harina, mientras algunos amasan. Y aunque esto parece una clase de cocina, no lo es, es una clase de matemática. Mejor dicho, de etnomatemática.

“Una forma sencilla de explicar la etnomatemática, es decir que se trata de un proceso en el que se toma la cultura local y se trata de buscar dónde está inserta la matemática. Es una forma de acercar la matemática y de aprender haciendo. La etnomatemática viene a entregarnos la oportunidad de aprender esta ciencia exacta con la cultura que hemos vivido, con lo que estamos viviendo o con lo que viviremos”, explica Ruperto.

Por eso, en esta clase los estudiantes están haciendo churrascas, un pan chileno que es muy fácil de preparar y no necesita horno.

Dos estudiantes amasan la masa con la que harán un pan chileno llamado churrasca

Este pan le ha servido al profesor para explicar los número decimales y para todos los estudiantes, es un alimento cercano y diario. “Al trabajar en un contexto en el que existe 90% de vulnerabilidad, pasa que muchos de ellos tienen como comida principal el pan y uno de los más baratos y sencillos, es la churrasca. Y si ellos no han hecho churrascas, seguro han visto a su madres o abuelas hacerlas”, asegura el profesor.

En una clase anterior, Ruperto le explicó a sus estudiantes la parte teórica de los números decimales.
Y ahora, en esta clase, se enfrentan a medidas como 1,5 cucharaditas de sal o hacer cálculos de cuánta harina necesitan para hacer 10 panes, si con 500 gramos se pueden hacer aproximadamente seis panes. Calculan, mezclan, amasan, prueba y aprenden mientras hacen.

Afuera está una parrilla encendida y lista para cocinar los panes; luego se sientan, le echan palta (aguacate) al pan y comparten. Así está por terminar una clase donde cada uno analiza sus resultados. El porqué salieron 8 panes en vez de 10, el porqué la masa salió con tantos grumos y algunos hasta están ansiosos por llegar a casa, para mostrarle a sus familiares que ya saben hacer churrascas.

Esta es una práctica que Ruperto ha aplicado desde 2008, año en el que se enteró del concepto de la etnomatemática.

El profesor Ruperto ayuda a sus estudiantes a realizar el pan

Todo empezó cuando fue invitado por la Red de Maestros del Ministerio de Educación de Chile a hacer un trabajo de arte con la Cineteca del Centro Cultural Palacio de La Moneda. Al empezar a investigar, preguntó sobre la posibilidad de combinar matemática con el arte y entonces, vivió su primera experiencia etnomatemática sin darse cuenta.

“Ahí empezó mi curiosidad, empecé a investigar y me encontré con algunos grupos en Chile que tienen tiempo trabajando con la etnomatemática, muy enfocados en la geometría. Desde entonces la empecé a aplicar y busqué estrategias para aplicarla en varias áreas de la matemática. Y en mis estudios de la Universidad de Granada en España, conocí varios maestros que trabajaban la etnomatemática a nivel mundial y ahí descubrí que existe una asociación de profesores de matemática que realizan este tipo de acciones”, cuenta. Desde entonces, la premisa de Ruperto es enseñar haciendo y demostrarle a sus estudiantes que la matemática está en todo.

“Para hacer clases de etnomatemática, lo primero que necesita un profesor es apropiación curricular. Al hacerlo pueden ir, volver y transformar”.

Con esto, Ruperto quiere decir que es importante saber perfectamente cuáles son los objetivos del aprendizaje de cada nivel y que al hacerlo, es más sencillo tratar de buscar actividades en las que los estudiantes puedan hacer matemática con su contexto. Para Ruperto es importante tomar en cuenta todas las variables, desde la existencia de pueblos originarios en el sector, hasta tipo de alimentación y culturas familiares.

“Otro ejemplo que puedo entregar es que si yo estuviera dando clases en la ciudad chilena de Chimbarongo, famosa por sus artesanía en mimbre, tomaría los cestos e invitaría a familiares que han dedicado su vida a tejer cestos y con eso podríamos trabajar geometrías, ver los lados de la figura geométrica y revisar todas las formas que se van formando al hacer estos cestos. La idea es siempre tratar de relacionar la matemática con los episodios que estamos viviendo o viendo a diario”, asegura.

Una de las experiencias más conocidas de las clases de Ruperto en el colegio, es el trabajo de la unidad de fracciones con pizzas o con frutas. Y el año pasado, por ejemplo, trabajó los cuerpos geométricos replicando una experiencia que vio en Internet de un colegio mexicano, en el que los estudiantes hicieron unos autos al estilo de Transformers, hechos con cartones y material reciclado. La idea fue replicar cuerpos 3D, trabajar áreas, perímetros y diversas figuras geométricas.

Para mi es importante que se vea cada momento de la vida como una oportunidad de aprendizaje. Ir al supermercado es una oportunidad de aprendizaje, la tecnología es una oportunidad de aprendizaje, y el celular con toda la información que éste tiene. Y como profesores tenemos que estar atentos a todo lo que pasa alrededor de la vida de nuestros estudiantes. También es importante que los profesores salgamos a conocer la zona donde está el colegio y estemos siempre dispuestos a hacer del aprendizaje algo divertido”, aconseja Ruperto.

Fuente: eligeeducar.cl

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